Les paso el audio de este libro que es uno de los mejores en materia de liderazgo. Espero que lo disfruten.
Las 21 Leyes Irrefutables Del Liderazgo
Fabrizzio Garmendia
Opiniones desde Cusco
Blog de opinión de la ciudad del Cusco.
08 mayo 2012
20 marzo 2011
¿Porque soy Liberal?
Por Carlos Alberto Montaner
Antes de definir qué es el liberalismo, qué es ser liberal, y cuáles son los fundamentos básicos en los que coinciden los liberales, es conveniente advertir que no estamos ante un dogma sagrado, sino frente a varias creencias básicas deducidas de la experiencia y no de hipótesis abstractas, como ocurría, por ejemplo, con el marxismo.
Esto es importante establecerlo ab initio, porque se debe rechazar la errada suposición de que el liberalismo es una ideología. Una ideología es siempre una concepción del acontecer humano—de su historia, de su forma de realizar las transacciones, de la manera en que deberían hacerse—, concepción que parte del rígido criterio de que el ideólogo conoce de dónde viene la humanidad, por qué se desplaza en esa dirección y hacia dónde debe ir. De ahí que toda ideología, por definición, sea un tratado de «ingeniería social», y cada ideólogo sea, a su vez, un «ingeniero social». Alguien consagrado a la siempre peligrosa tarea de crear «hombres nuevos», personas no contaminadas por las huellas del antiguo régimen. Alguien dedicado a guiar a la tribu hacia una tierra prometida cuya ubicación le ha sido revelada por los escritos sagrados de ciertos «pensadores de lámpara», como les llamara José Martí a esos filósofos de laboratorio en permanente desencuentro con la vida. Sólo que esa actitud, a la que no sería descaminado calificar como moisenismo, lamentablemente suele dar lugar a grandes catástrofes, y en ella está, como señalara Popper, el origen del totalitarismo. Cuando alguien disiente, o cuando alguien trata de escapar del luminoso y fantástico proyecto diseñado por el «ingeniero social», es el momento de apelar a los paredones, a los calabozos, y al ocultamiento sistemático de la verdad. Lo importante es que los libros sagrados, como sucedía dentro del método escolástico, nunca resulten desmentidos.
Un liberal, en cambio, lejos de partir de libros sagrados para reformar a la especie humana y conducirla al paraíso terrenal, se limita a extraer consecuencias de lo que observa en la sociedad, y luego propone instituciones que probablemente contribuyan a alentar la ocurrencia de ciertos comportamientos benéficos para la mayoría. Un liberal tiene que someter su conducta a la tolerancia de los demás criterios y debe estar siempre dispuesto a convivir con lo que no le gusta. Un liberal no sabe hacia dónde marcha la humanidad y no se propone, por lo tanto, guiarla a sitio alguno. Ese destino tendrá que forjarlo libremente cada generación de acuerdo con lo que en cada momento le parezca conveniente hacer.
Al margen de las advertencias y actitudes anteriormente consignadas, una definición de los rasgos que perfilan la cosmovisión liberal debe comenzar por una referencia al constitucionalismo. En efecto, John Locke, a quien pudiéramos calificar como «padre del liberalismo político», tras contemplar los desastres de Inglaterra a fines del siglo XVII, cuando la autoridad real británica absoluta entró en su crisis definitiva, dedujo que, para evitar las guerras civiles, la dictadura de los tiranos, o los excesos de la soberanía popular, era conveniente fragmentar la autoridad en diversos «poderes», además de depositar la legitimidad de gobernantes y gobernados en un texto constitucional que salvaguardara los derechos inalienables de las personas, dando lugar a lo que luego se llamaría un Estado de Derecho. Es decir, una sociedad racionalmente organizada, que dirime pacíficamente sus conflictos mediante leyes imparciales que en ningún caso pueden conculcar los derechos fundamentales de los individuos. Y no andaba descaminado el padre Locke: la experiencia ha demostrado que las veinticinco sociedades más prósperas y felices del planeta son, precisamente, aquellas que han conseguido congregarse en torno a constituciones que presiden todos los actos de la comunidad y garantizan la transmisión organizada y legítima de la autoridad mediante consultas democráticas.
Otro británico, Adam Smith, un siglo más tarde, siguió el mismo camino deductivo para inferir su predilección por el mercado. ¿Cómo era posible, sin que nadie lo coordinara, que las panaderías de Londres —entonces el 80% del gasto familiar se dedicaba a pan— supiesen cuánto pan producir, de manera que no se horneara ni más ni menos harina de trigo que la necesaria para no perder ventas o para no llenar los anaqueles de inservible pan viejo? ¿Cómo se establecían precios más o menos uniformes para tan necesario alimento sin la mediación de la autoridad? ¿Por qué los panaderos, en defensa de sus intereses egoístas, no subían el precio del pan ilimitadamente y se aprovechaban de la perentoria necesidad de alimentarse que tenía la clientela?
Todo eso lo explicaba el mercado. El mercado era un sistema autónomo de producir bienes y servicios, no controlado por nadie, que generaba un orden económico espontáneo, impulsado por la búsqueda del beneficio personal, pero autorregulado por un cierto equilibrio natural provocado por las relaciones de conveniencia surgidas de las transacciones entre la oferta y la demanda. Los precios, a su vez, constituían un modo de información. Los precios no eran «justos» o «injustos», simplemente, eran el lenguaje con que funcionaba ese delicado sistema, múltiple y mutante, con arreglo a los imponderables deseos, necesidades e informaciones que mutua e incesantemente se transmitían los consumidores y productores. Ahí radicaba el secreto y la fuerza de la economía capitalista: en el mercado. Y mientras menos interfirieran en él los poderes públicos, mejor funcionaría, puesto que cada interferencia, cada manipulación de los precios, creaba una distorsión, por pequeña que fuera, que afectaba a todos los aspectos de la economía.
Otro de los principios básicos que aúnan a los liberales es el respeto por la propiedad privada. Actitud que no se deriva de una concepción dogmática contraria a la solidaridad —como suelen afirmar los adversarios del liberalismo—, sino de otra observación extraída de la realidad y de disquisiciones asentadas en la ética: al margen de la manifiesta superioridad para producir bienes y servicios que se da en el capitalismo cuando se le contrasta con el socialismo, donde no hay propiedad privada no existen las libertades individuales, pues todos estamos en manos de un Estado que nos dispensa y administra arbitrariamente los medios para que subsistamos (o perezcamos). El derecho a la propiedad privada, por otra parte, como no se cansó de escribir Murray N. Rothbard —siguiendo de cerca el pensamiento de Locke—, se apoyaba en un fundamento moral incontestable: si todo hombre, por el hecho de serlo, nacía libre, y si era libre y dueño de su persona para hacer con su vida lo que deseara, la riqueza que creara con su trabajo le pertenecía a él y a ningún otro.
¿En qué más creen los liberales? Obviamente, en el valor básico que le da nombre y sentido al grupo: la libertad individual. Libertad que se puede definir como un modo de relación con los demás en el que la persona puede tomar la mayor parte de las decisiones que afectan su vida dentro de las limitaciones que dicta la realidad. Le toca a ella decidir las creencias que asume o rechaza, el lugar en el que quiere vivir, el trabajo o la profesión que desea ejercer, el círculo de sus amistades y afectos, los bienes que adquiere o que enajena, el «estilo» que desea darle a su vida y —por supuesto— la participación directa o indirecta en el manejo de eso a lo que se llama «la cosa pública».
Esa libertad individual está —claro— indisolublemente ligada a la responsabilidad individual. Un buen liberal sabe exigir sus derechos, pero no rehúye sus deberes, pues admite que se trata de las dos caras de la misma moneda. Los asume plenamente, pues entiende que sólo pueden ser libres las sociedades que saben ser responsables, convicción que debe ir mucho más allá de una hermosa petición de principios.
¿Qué otros elementos liberales, realmente fundamentales, habría que añadir a este breve inventario? Pocas cosas, pero acaso muy relevantes: un buen liberal tendrá perfectamente clara cuál debe ser su relación con el poder. Es él, como ciudadano, quien manda, y es el gobierno quien obedece. Es él quien vigila, y es el gobierno quien resulta vigilado. Los funcionarios, electos o designados —da exactamente igual—, se pagan con el erario público, lo que automáticamente los convierte —o los debiera convertir— en servidores públicos sujetos al implacable escrutinio de los medios de comunicación, y a la auditoría constante de las instituciones pertinentes.
Por último: la experiencia demuestra que es mejor fragmentar la autoridad, para que quienes tomen decisiones que afecten a la comunidad estén más cerca de los que se vean afectados por esas acciones. Esa proximidad suele traducirse en mejores formas de gobierno. De ahí la predilección liberal por el parlamentarismo, el federalismo o la representación proporcional, y de ahí el peso decisivo que el liberal defiende para las ciudades o municipios. De lo que se trata es de que los poderes públicos no sean más que los necesarios, y que la rendición de cuentas sea mucho más sencilla y transparente.
¿Qué creen, en suma, los liberales? Vale la pena concretarlo ahora de manera sintética. Los liberales sostenemos ocho creencias fundamentales extraídas, insisto, de la experiencia, y todas ellas pueden recitarse casi con la cadencia de una oración laica:
Creemos en la libertad y la responsabilidad individuales como valores supremos de la comunidad.Quien suscriba estos ocho criterios es un liberal. Se puede ser un convencido militante de la Escuela austriaca fundada por Carl Menger; se puede ser ilusionadamente monetarista, como Milton Friedman, o institucionalista, como Ronald Coase y Douglass North; se puede ser culturalista, como Gary Becker y Larry Harrison; se puede creer en la conveniencia de suprimir los «bancos de emisión», como Hayek, o predicar la vuelta al patrón oro, como prescribía Mises; se puede pensar, como los peruanos Enrique Ghersi o Álvaro Vargas Llosa, neorrusonianos sin advertirlo, en que cualquier forma de instrucción pública pudiera llegar a ser contraria a los intereses de los individuos; o se puede poner el acento en la labor fiscalizadora de la «acción pública», como han hecho James Buchanan y sus discípulos, pero esas escuelas y criterios sólo constituyen los matices y las opiniones de un permanente debate que existe en el seno del liberalismo, no la sustancia de un pensamiento liberal muy rico, complejo y variado, con varios siglos de existencia constantemente enriquecida, ideario que se fundamenta en la ética, la filosofía, el derecho y -naturalmente- en la economía. Lo básico, lo que define y unifica a los liberales, más allá de las enjundiosas polémicas que pueden contemplarse o escucharse en diversas escuelas, seminarios o ilustres cenáculos del prestigio de la Sociedad Mont Pélerin, son esas ocho creencias antes consignadas. Ahí está la clave.
Creemos en la importancia de la tolerancia y en la aceptación de las diferencias y la pluralidad como virtudes esenciales para preservar la convivencia pacífica.
Creemos en la existencia de la propiedad privada, y en una legislación que la ampare, para que ambas —libertad y responsabilidad— puedan ser realmente ejercidas.
Creemos en la convivencia dentro de un Estado de Derecho regido por una Constitución que salvaguarde los derechos inalienables de la persona y en la que las leyes sean neutrales y universales para fomentar la meritocracia y que nadie tenga privilegios.
Creemos en que el mercado —un mercado abierto a la competencia y sin controles de precios— es la forma más eficaz de realizar las transacciones económicas y de asignar recursos. Al menos, mucho más eficaz y moralmente justa que la arbitraria designación de ganadores y perdedores que se da en las sociedades colectivistas diseñadas por “ingenieros sociales” y dirigidas por comisarios.
Creemos en la supremacía de una sociedad civil formada por ciudadanos, no por súbditos, que voluntaria y libremente segrega cierto tipo de Estado para su disfrute y beneficio, y no al revés.
Creemos en la democracia representativa como método para la toma de decisiones colectivas, con garantías de que los derechos de la minorías no puedan ser atropellados.
Creemos en que el gobierno —mientras menos, mejor—, siempre compuesto por servidores públicos, totalmente obediente a las leyes, debe rendir cuentas con arreglo a la ley y estar sujeto a la inspección constante de los ciudadanos.
10 marzo 2011
Buena!!! Recursos Humanos ya hizo su selección, mira quien gano!
Hoy me puse a pensar que pasaría si los candidatos a la Presidencia del Perú, en lugar de postular a la Presidencia lo harían a una empresa, así que le pedí a mi departamento de recursos humanos que verifique los curriculums, el perfil de cada candidato y que simule un reporte por el cual, de forma objetiva, me pudieran dar un ganador al puesto de Gerente General para el futuro del Perú; este fue el resultado:
Candidatos a Gerente General para el futuro del Perú
- Alejandro Toledo
- Luis Castañeda
- Keiko Fujimori
- Ollanta Humala
- Pedro Pablo Kuczynski
Dicho esto, el candidato ganador del cargo de Gerente General del Futuro del Perú, es Pedro Pablo Kuczynski. Contáctese y contrátese de inmediato, por el periodo indicado. Además coordínese el arreglo de facilitar la integración de un equipo de especialistas a discreción del postulante, para los diferentes niveles y áreas de la empresa. Recursos Humanos 2011 |
06 marzo 2011
Entrevista con Mark Thornton Economista de la Escuela Austriaca de Economía hecha por la Harvard Political Review.
Por Naji Filali
Traducido por: Carlo F. Garmendia.
Mark Thornton es un economista austriaco y miembro senior del Instituto Ludwig von Mises, una organización académica libertaria dedicada a dar becas en la Escuela Austriaca como fué inspirado por Ludwig von Mises. En el pasado, ha enseñado en el departamento de economía de la universidad de Auburn y se desempeñó como asesor económico del ex gobernador de Alabama, Fob James. La Harvard Political Reviewse sentó con el Sr. Thornton para discutir sobre esta escuela del pensamiento económico que es pasada por alto muy a menudo.
Harvard Political Review: ¿Qué es la Escuela Austríaca de Economía, en pocas palabras?
Mark Thornton: La escuela austríaca es la más antigua, la más pequeña, y de más rápido crecimiento de las escuelas de pensamiento económico. Es tradicional en sus métodos, adherida a la deducción lógica de las leyes económicas. Es radical en su adopción de políticas, generalmente liberal y hasta anarco-capitalista.
HPR: En la actualidad las teorías económicas de John Maynard Keynes sirven como base de innumerablesdecisiones de política pública promulgada por el gobierno federal, por no hablar de que la macroeconomía keynesiana se enseña en casi todos los campus universitarios a través del mundo. ¿Por qué es este el caso y porqué los economistas austríacos les resulta un sistema defectuoso?
MT: A los gobiernos grandes les gusta que les digan que el endeudamiento, el gasto, y rescatar financieramente a tus amigos es lo que hay que hacer. No es de extrañar que el libro de Keynes de la Teoría General fue un gran éxito entre los líderes como Mussolini, Roosevelt y Hitler. Él estaba cantando su canción. Keynes fue un burócrata rico y erudito. Él no era un economista y tenía poca comprensión de cómo una economía realmente funcionaba. Para ver los fundamentos, ver el vídeo de YouTube "Hayek vs Keynes". Ha tenido millones de visitas y ha sido traducido a más de una docena de idiomas.
HPR: Hoy en día, la crisis económica de 2008 se atribuye a las prácticas irresponsables y miopesde Wall Street. ¿Cuál crees que fueron las principales causas de la crisis de 2008?
MT: Yo escribí en el 2004, 2005 y 2006 que la Reserva Federal y las condiciones de crédito fácil que había creado el principio la economía en el 2001 mediante la disminución de la tasa de fondos federales a 1%, y básicamente diciendole a todos que iban a apoyar el Mercado de la vivienda si era necesario, causó la burbuja inmobiliaria. Greenspan y Bernanke continuamente negaron que hubiera una burbuja inmobiliaria o que podría causar algún problema. Paul Krugman dedicó varias de sus columnas en 2001 y 2003, pidiendo a la Fed inicie una burbuja inmobiliaria que nos saque de la recesión de 2001.
HPR: Nuestro actual déficit presupuestario está de alrededor de $1.6 trillones (12 ceros) anualmente. Elongreso republicano propone reducir en más de $ 100,000 millones el presupuestoactual, y los temores de corte nada más por miedo de alienar a los electores. ¿Cuáles son las ramificaciones de esta reticencia para elpaís? Pintenos el escenario futuro de los proximos diez años, las prestaciones sociales y los intereses sobre la deuda de los países consumen todo el presupuesto.
MT: El déficit está fuera de control, la deuda nacional está fuera de control y el gasto en prestaciones está fuera de control. Estamos en un lío fiscal insostenible. No confíe en mí, Larry Kottlikoff lo dice. La Oficina Presupuestaria del Congreso también lo dice. Los recortes de $ 100,000 millones son una broma. Tienen que reducir el gasto en $1,600´000,000´000 este año y aún más el año siguiente. Su renuencia a hacer los cortesnecesarios significa que el dólar está condenado a morir de la hiperinflación . Esto significa que todo lo que tú y tus padres tienen probablemente desaparecerá. Mi recomendación es aprender el chino o hindi y gastar su dinero en cosas que durarán como joyas de oro o un libro raro.
HPR: Por último, sería negligente si no mencionara la prohibición de drogas ya que usted ha escrito extensamente sobre el tema. ¿Cuáles son sus principales argumentos a favor de la despenalización?
MT: No soy partidario de la despenalización. Recomiendo la legalización completa de todas las drogas. He demostrado que la prohibición crea en realidad todos los problemas sociales que ahora creemos que la prohibición se supone ha solucionado. El crimen, la corrupción, las sobredosis, etc son todos resultados de la prohibición. Haciéndolos legales y claros, se eliminará la delincuencia relacionada con la prohibición y la corrupción y daría lugar a productos más seguros. Cada vez que el gobierno termina con las drogas, nuevas y más poderosas aparecen, drogas más potentes y peligrosas entran al mercado negro. Justo acabo de terminar un ensayo basado en un episodio de Los Simpson titulado "Homero contra la 18ª Enmienda." El programa hace un trabajo excelente con respecto a la prohibición del alcohol. Se publicará este otoño en un libro titulado Homereconomicus.
HPR: Gracias por su tiempo, el Sr. Thornton.
Fotografía: Wikimedia
Suscribirse a:
Entradas (Atom)