06 agosto 2009

¿Son racionales los mercados?
Cinco consecuencias filosóficas de la crisis

BBC MUNDO
Martes, 21 de Julio de 2009, 8:11hs
Fuente:

La actual crisis económica no se limita a una cuestión de estadísticas, ni se reduce al devastador impacto social del desempleo y la incertidumbre.

Con la debacle mundial, hizo agua una particular visión del mundo que pareció dominante e irreversible con la caída del muro de Berlín.

Esta visión se cristalizó en algunas frases famosas como el "fin de la historia" de Francis Fukuyama, "la sociedad no existe" de la primer ministra británica Margaret Thatcher o los 10 mandamientos del consenso de Washington que impulsaban la liberalización-desregulación-privatización global.

El nuevo dogma tras la derrota del comunismo era todo el poder al sector privado, el mercado como medida de racionalidad económica y utopía, y el individualismo más descarnado como principio ético ordenador.

Con la debacle económica esta visión del mundo entró en crisis.

BBC mundo identificó cinco consecuencias filosóficas.

1. Filosofía de la “política-económica”
La ley de la oferta y la demanda ejerció un reinado absoluto en la formulación de política económica de las últimas tres décadas.
Según el pensamiento clásico, la oferta y la demanda funcionan como un perfecto sistema homeostático (autorregulado) que tiende al equilibrio perfecto y cuenta con un regulador infalible: el precio.
A mucha demanda y poca oferta de un producto, el precio sube hasta alcanzar la suma que el mercado puede pagar por ese bien.
A la inversa -poca demanda, mucha oferta- el precio se achata hasta que alguien lo adquiere convencido de que no lo va a encontrar más barato.
Ni el premio nobel otorgado al economista Joseph Stiglitz por su investigación sobre el papel que la información cumplía en este mercado -la información con que cuentan los miles o millones de integrantes de un mercado particular no era perfecta y por lo tanto, el precio reflejaba otras variables- destruyó esa confianza ciega en este funcionamiento homeostático.
Con esta premisa teórica, ¿qué mejor que desregular todo y dejar que el mercado se encargue de los equilibrios económico-sociales?
Pero al parecer la realidad económica está llena de fenómenos impredecibles.
En las llamadas burbujas, como la inmobiliaria de las hipotecas "sub-prime" que desató la actual crisis, ¿dónde está el mecanismo autoregulador del mercado en estas burbujas?
¿Reflejaba el precio siempre al alza de la propiedad la situación de la demanda y la oferta?
La conclusión más obvia es que demanda, oferta y precio forman parte de un mecanismo económico-social infinitamente más complejo que esa crasa simplificación que se ha aplicado durante tanto tiempo.

2. Crisis del “racionalismo de mercado”
Las preguntas precedentes ponen en entredicho una premisa fundamental de la ley de la demanda y la oferta: el racionalismo de los mercados.
El ser humano viene buscando la racionalidad en materia económica y filosófica desde hace mucho tiempo.
La planificación económica que hizo furor después de la crisis del 29 y la posguerra buscó sintonizar la producción y el consumo con las necesidades de una sociedad.
Con el derrumbe del comunismo, el mercado se impuso como única lógica global.
Según esta ideología, el mercado era racional y eficiente para asignar recursos, tanto en el ámbito laboral, como productivo y financiero.
La debacle mostró que el mercado tiene la misma dosis de irracionalidad, capricho, imprevisibilidad que cualquier individuo o grupo humano.
Lo que nos enfrenta a un problema inquietante.
Si los mercados o el Estado no son la base de un funcionamiento socio-económico racional, ¿quiere decir que estamos a merced de los elementos?

3. Consecuencia Axiológica: Teoría de los valores.

Este aparente desamparo de nuestra praxis económico-social se complementa con una crisis de fundamentos éticos.
Desde los '80 y en particular con la caída del muro de Berlín, se impuso un individualismo a ultranza que se basaba en una teoría del egoísmo como valor organizador ideal de una sociedad.

La teoría se retrotrae a Adam Smith y su consideración de que la mejor manera de comportarse socialmente - de beneficiar al conjunto- era que cada uno persiguiese su propio interés ya que la "mano invisible del mercado" iba a arreglar todos los entuertos que se produjesen en el camino.

Adam Smith jamás negó la acción social ni la labor del Estado, ni la presencia de los valores (la justicia era fundamental en su sistema) como se interpretó con ignorancia o mala fe tiempo después. Pero uno de sus seguidores, Frederich Von Hajeck y su discípulo Milton Friedman radicalizaron sus ideas.

Ayn Rand, una novelista y filósofa que empezó a ser conocida en los '40, le dió vuelo filosófico y subjetivo a este viraje, planteando que el egoísmo - la búsqueda ciega del propio beneficio- era el fundamento de la civilización. Entre sus discípulos se encontraba Alan Greenspan, quien años después estaría al frente de la Reserva Federal de Estados Unidos de 1987 a 2006, es decir, durante el período de la más completa desregulación financiera. El mismo Greenspan reconoció ante el Congreso que su edificio teórico tenía fallas. "Estoy asombrado. Durante 40 años o más las pruebas apuntaban a que este sistema estaba funcionando excepcionalmente bien", dijo Greenspan.

El consenso hoy es que la búsqueda desenfrenada del propio beneficio ha sido determinante en las dos megacrisis mundiales de los últimos 80 años - la gran depresión y esta crisis.

¿Se necesita alguna otra prueba que el impacto devastador de estas dos debacles?

4. Azar, causalidad, incertidumbre
Una premisa que viene del iluminismo y que durante dos siglos nos sostuvo con su fe, fue la posibilidad de correspondencia entre lo que decíamos y la realidad.
Esta correspondencia era el fundamento del conocimiento científico y la predicción de fenómenos y tendencias.
Desde principios de siglo XX ha habido numerosos cuestionamientos a esta premisa (desde Ludwig Wittengstein hasta el principio de incertidumbre del físico Werner Heisenberg y el radical relativismo de los posmodernos), pero una fe básica en sus fundamentos ha sobrevivido en muchos campos, entre ellos la economía.
Dos conocidos financistas, bien inmersos en los debates de la filosofía, creen que esta crisis exige volver a pensar las cosas.

George Soros estudió filosofía en la London School of Economcis con Karl Popper y acaba de publicar sus conclusiones en "The Crash of 2008" que lleva el sugestivo subtítulo de "El nuevo paradigma de los mercados financieros".

Según Soros, pretender que los mercados financieros reflejan la marcha de la economía real y se manejan por la oferta y la demanda es desconocer el papel fundamental que cumple la subjetividad y un proceso que llama reflexividad.

El valor del oro o la propiedad no sube porque refleje como un espejo una realidad subyacente de demanda y oferta, sino porque los operadores del mercado por su misma interacción influyen en este precio como sucede en las burbujas financieras que se arman en torno a un producto o el comportamiento en manada (todos quieren comprar o vender un producto al mismo tiempo).

Otro inversor con iguales inclinaciones filosóficos, Nassim Nicholas Taleb, publicó en 2007 "El cisne negro", en donde dice que sólo podemos predecir lo obvio y jamás el cambio. Taleb lo pone con el ejemplo del cisne negro. Durante mucho tiempo se pensó que todos los cisnes eran blancos porque la observación había acostumbrado al hombre europeo a que así eran las cosas. Hasta que en Australia apareció un cisne negro y hubo que revisar todo. Según Taleb nadie predijo ningún cambio sísmico en la historia humana.

Desde el advenimiento del cristianismo hasta la caída del comunismo y los atentados del 11 de septiembre, sucedieron sin que nadie los anticipara, aunque a posteriori se construyó una narrativa explicativa llena de causas que volvían inevitables estos fenómenos.

Si no podemos anticipar lo más importante, ¿qué sabemos?

5. Consecuencia ontológica
Después de todo lo dicho, cabe formularse la pregunta central de la ontología, la rama de la filosofía abocada al conocimiento sobre los entes.

En este universo económico-social: ¿qué existe?, ¿qué es lo real?

En el siglo XVII Descartes tuvo que retrotraerse a su propio pensamiento para alcanzar una certeza subjetiva sobre qué existía efectivamente: pienso, luego existo. Descartes: piensa, luego existe, ¿y los mercados? El pobre Descartes no vivió en este mundo casi irreal de las finanzas del siglo XXI.

Si es relativamente fácil fundamentar la realidad de la producción y el consumo, es mucho más complejo comprender el status existencial de instrumentos financieros como los famosos activos tóxicos (deudas prácticamente incobrables) o los derivados (contratos de compra a futuro apostando al valor que tendrá este producto o activo: materia prima, hipotecas, moneda, etc), fundamentales para comprender la crisis que vivimos.

En 2007 se calculaba que el PIB mundial (todo los bienes y servicios que produjo el mundo) era de 63 millones de millones. En ese mismo año se estimaba que el mercado de los derivados era de 596 millones de millones - casi 10 veces más que lo que producía el planeta. El valor del PIB se refiere a algo tangible. ¿Qué realidad tienen esas gigantescas apuestas a precios futuros que son los derivados o las burbujas? Esta pregunta no se la hacen sólo los neófitos en materia económica.

"En términos filosóficos los economistas son materialistas para quienes las bolsas de trigo son mucho más reales que las carteras de bonos", explicó al "The Economist" Perry Mehrling del Barnard College, Columbia University.

Y, sin embargo, la economía tiene una realidad mucho más elusiva como lo demuestra el funcionamiento mismo del dinero. "El dinero no es algo completamente real. El dinero es la promesa de que uno va a poder comprar algo. Igual que el dinero que uno tiene depositado en el banco. Uno tiene una promesa de que el banco va a pagar. Si el banco quiebra, la promesa deja de existir", explicó a BBC Mundo Jon Danielsson de la London School of Economics.

Si se multiplica esto por las miles de millones de transacciones diarias que se hacen en dinero contante o en bonos, títulos y otras volatilidades del mundo financiero, se ve cuántas promesas se quebraron.

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